Quería contaros hace algún tiempo una historia de piedras. Este verano ha fructificado con la visita a dos magníficas ciudades amuralladas que dan titulo a esta reflexión. El muro como paradigma de protección de realidades históricas. Siempre que vemos una muralla pensamos en un elemento defensivo ante un invasor, esto es una realidad que sin embargo oculta otra, en mi opinión, mucho más relevante: la muralla como elemento de protección de una forma de vida y como referente organizativo de la evolución de las ciudades.
En Lugo, su impresionante circuito pétreo de 2.266 mts, nos habla de una coyuntura concreta, la decadencia de un imperio que se protege tras los muros del acoso de una nueva realidad histórica: la llegada de los pueblos germánicos, quienes basarán su organización política en torno al binomio iglesia-castillo, dando a cada nuevo arrabal la categoría de parte integrante de la villa con la incorporación de un nuevo anillo murado –es aquí en la época feudal donde la muralla adquiere el significado de organizador de un espacio humanizado y controlado-.
Andando el tiempo allá por los siglos XIII y XIV, en la costa dálmata una ciudad se encerraba en si misma para hacer bueno su lema “Non bene pro toto libertas venditur auro” – La libertad no se vende por todo el oro del mundo-. Esta frase de ecos cervantinos, es la razón de ser de una República: la de Ragusa que se defendió de cañones y prebendas económicas tras 1940 metros de bastiones, fortalezas, casamatas y torres que en algunos de sus tramos alcanza los 25 metros de altura. Sus gobernadores, que lo eran por un mes y que permanecían prácticamente encerrados en palacio para cumplir la máxima esculpida en el dintel de la entrada: “Obliti privatoru publica curate” –olvida lo privado y cuida lo público- . Frase por otra parte tan de actualidad, por ciertas jubilaciones privadas que con todo descaro invitan a la austeridad pública, paradojas de la historia.
Estos muros históricos parecen reliquias de un pasado lejano, pero no. Su función de defensa y organización de determinadas formas de entender la realidad y de protección de imperios sigue vigente. Uno de esos muros está en el sur de nuestro país, aunque no es piedra, si separa dos mundos: el imperio de la opulencia del infierno de la miseria y la desesperación.
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Otros muros modernos guardan la vergüenza de la intransigencia y tienen en Palestina, una réplica del antiguo muro de las lamentaciones construido por aquellos cuyos padres sufrieron tras otros muros que también defendían intolerancia, pero que parecen haber olvidado.
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